Leyendo a
García Lorca
Leggendo
García Lorca
28
de julio de 2013
28 luglio 2013
Marsala
Chiostro
del Carmine
Éste es el prólogo
Dejaría
en este libro
toda
mi alma.
Este
libro que ha visto
conmigo
los paisajes
y
vivido horas santas.
¡Qué
pena de los libros
que
nos llenan las manos
de
rosas y de estrellas
y
lentamente pasan!
¡Qué
tristeza tan honda
es
mirar los retablos
de
dolores y penas
que
un corazón levanta!
Ver
pasar los espectros
de
vidas que se borran,
ver
al hombre desnudo
en
Pegaso sin alas,
ver
la vida y la muerte,
la
síntesis del mundo,
que
en espacios profundos
se
miran y se abrazan.
Un
libro de poesías
es
el otoño muerto:
los
versos son las hojas
negras
en tierras blancas,
y
la voz que los lee
es
el soplo del viento
que
les hunde en los pechos
–
entrañables distancias –.
El
poeta es un árbol
con
frutos de tristeza
y
con hojas marchitas
de
llorar lo que ama.
El
poeta es el médium
de
la Naturaleza
que
explica su grandeza
por
medio de palabras.
El
poeta comprende
todo
lo incomprensible,
y
a cosas que se odian,
él,
amigas las llama.
Sabe
que los senderos
son
todos imposibles,
y
por eso de noche
va
por ellos en calma.
En
los libros de versos,
entre
rosas de sangre,
van
pasando las tristes y
eternas
caravanas
que
hicieron al poeta
cuando
llora en las tardes,
rodeado
y ceñido
por
sus propios fantasmas.
Poesía
es amargura,
miel
celeste que mana
de
un panal invisible
que
fabrican las almas.
Poesía
es lo imposible
hecho
posible. Arpa
que
tiene en vez de cuerdas
corazones
y llamas.
Poesía
es la vida
que
cruzamos con ansia
esperando
al que lleva
sin
rumbo nuestra barca.
Libros
dulces de versos
son
los astros que pasan
por
el silencio mudo
al
reino de la Nada,
escribiendo
en el cielo
sus
estrofas de plata.
¡Oh,
qué penas tan hondas
y
nunca remediadas,
las
voces dolorosas
que
los poetas cantan!
Dejaría
en el libro
este
toda mi alma…
7
de agosto de 1918, de Poemas sueltos
[¡Te he herido demasiado!]
¡Te
he herido demasiado!,
pobre
alma mía silenciosa y tierna.
Te
lancé al vendaval de las pasiones
sin
la coraza puesta.
Has
sido sin saberlo
un
prado de descanso a la Quimera
y
han comido tus flores los pegasos
de
los otros poetas.
Los
niños que yo amaba
te
quitaron los nidos. Las doncellas
enturbiaron
tus lagos con reflejos
de
sus bocas sangrientas.
de
Poesías inéditas (1917-1919)
Madrigal apasionado
Quisiera
estar en tus labios
para apagarme en la nieve
de tus dientes.
para apagarme en la nieve
de tus dientes.
Quisiera
estar en tu pecho
para en sangre deshacerme.
para en sangre deshacerme.
Quisiera
en tu cabellera
de oro soñar para siempre.
de oro soñar para siempre.
Que
tu corazón se hiciera
tumba del mío doliente.
tumba del mío doliente.
Que
tu carne sea mi carne,
que mi frente sea tu frente.
que mi frente sea tu frente.
Quisiera
que toda mi alma
entrara en tu cuerpo breve
entrara en tu cuerpo breve
y
ser yo tu pensamiento
y ser yo tu blanca veste.
y ser yo tu blanca veste.
Para
hacer que te enamores
de mí con pasión tan fuerte
que te consumas buscándome
sin que jamás ya me encuentres.
de mí con pasión tan fuerte
que te consumas buscándome
sin que jamás ya me encuentres.
Para
que vayas gritando
mi nombre hacia los ponientes,
preguntando por mí al agua,
mi nombre hacia los ponientes,
preguntando por mí al agua,
bebiendo
triste las hieles
que antes dejó en el camino
mi corazón al quererte.
que antes dejó en el camino
mi corazón al quererte.
Y
yo mientras iré dentro
de tu cuerpo dulce y débil,
siendo yo, mujer, tú misma,
y estando en ti para siempre,
mientras tú en vano me buscas
desde el Oriente a Occidente,
hasta que al fin nos quemara
la llama gris de la muerte.
de tu cuerpo dulce y débil,
siendo yo, mujer, tú misma,
y estando en ti para siempre,
mientras tú en vano me buscas
desde el Oriente a Occidente,
hasta que al fin nos quemara
la llama gris de la muerte.
de
Poesías inéditas (1917-1919)
Balada sensual
Una
boca fresca de mujer
y
mis labios sedientos
no
pueden beber.
Sólo
una rubia cadera entre el ramaje
apareció
temblorosa.
Los
senos se escondieron en celajes
de
jazmines y rosas.
Una
boca fresca de mujer
y
mis labios sedientos
no
pueden beber.
El
alma llevaba en la frente harmoniosa.
Leda
dulce suspiraba
sobre
una luz espléndida y gloriosa
que
el cisne le prestaba.
Una
boca fresca de mujer
y
mis labios sedientos
no
pueden beber.
¡Ah
el sexo! Nácar divino sobre oro,
jardín
de sueños irisados,
manantial
grave de pecados,
¡genial
y único tesoro!
Una
boca fresca de mujer
y
mis labios sedientos
no
pueden beber.
Se
pierde la carne entre rosales.
Se
da neblina en la pasión.
Brota
en el alma la impotencia
y
la ansiedad en el corazón.
Una
boca fresca de mujer
y
mis labios sedientos
no
pueden beber.
20 de marzo de
1918,
de Poesías inéditas (1917-1919)
Federico Garcia Lorca
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